Beneficios colaterales de la literatura

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En esta oportunidad la columna es para compartir un fragmento de la ponencia “Beneficios colaterales de la literatura” presentada en el 6to Simposio de Literatura Infantil y Juvenil del Mercosur, desarrollado del 19 al 21 de septiembre del presente año en la Universidad Nacional de Córdoba.

Resumiendo, trata de una experiencia llevada a cabo en el municipio de Jesús María que decidió implementar talleres literarios en los Centros de apoyo escolar como una actividad paralela y de asistencia voluntaria.

La mayoría de los niños que asisten a los centros de apoyo son de condiciones socioeconómicas vulnerables. Creemos que el acceso a la literatura constituye uno de los mayores factores de inclusión. En el imaginario social no es ilógico concebir que de un barrio marginal pueda salir un crac del deporte, sin embargo casi nadie piensa que en esos barrios los niños puedan ganar un concurso literario o manipular el “refinado lenguaje poético”.

Nuestra experiencia demuestra que si aportamos literatura, les brindamos beneficios colaterales que van más allá de las cualidades literarias propiamente dichas. Tiene que ver con brindar la posibilidad de igualarlos frente a otros niños con los que comparten el ambiente pero que tienen realidades cotidianas muy distintas, ya que en los hogares de bajos recursos generalmente el nivel de instrucción de los adultos es mínimo y el libro como objeto de goce es ilusorio.

Citando a Michèle Petit [1] “La pobreza material es temible porque se carece no sólo de los bienes de consumo que hacen la vida menos pesada, más fácil, más agradable; no sólo de los medios para proteger la propia intimidad, sino también de los bienes culturales que confieren dignidad, inteligencia de sí mismo y del mundo, poesía y demás intercambios que se entrelazan con estos bienes.”

En un contexto de pobreza los bienes culturales no se multiplican, se reducen a la frontera del espacio familiar, por lo tanto se debilita la posibilidad de formar parte de la sociedad que produce bienes culturales.

Las tradiciones orales, las costumbres heredadas, los ritos familiares, si bien hacen al aspecto de las posesiones culturales ligadas a la identidad, terminan convirtiéndose en una isla si el niño no puede acceder a puentes que lo vinculen con los saberes que se desarrollan por fuera de su contexto de pobreza.

“Para pensarse, para definirse muchas veces no les queda a los pobres más que el pertenecer a una comunidad mítica, o a un territorio, o incluso a una acera de la calle.” (M Pètit)

Preguntarnos ¿por qué libros? ¿Invertir parte del presupuesto en un objeto que no se come ni se pone? En una zona marginal ¿libros?

Es lo mismo que preguntarse ¿por qué palabras? ¿Por qué ventanas abiertas? ¿Por qué tender puentes?

El primer aspecto de la lectura es el acceso al saber y todos somos conscientes que a través de los cuentos recorremos el mundo. No es un entretenimiento anodino, la escasa práctica de lectura, nula muchas veces, -y no hablamos de los niños particularmente, incluimos a sus adultos referentes-, los hace sentir vulnerables, inferiores. Por eso llevamos libros, porque aumentar su caudal de palabras para contar una historia que se imaginaron, ya sea de aventura, de amor o de terror, hace que esas mismas palabras también sean herramientas para posicionarse de igual a igual frente un discurso social en otro ámbito de la vida y no tengan que definirse como marginados o habitantes de un barrio estigmatizado.

“Lo que determina la vida del ser humano es en gran medida, el peso de las palabras, o el peso de su ausencia. Cuanto más capaz es uno de nombrar  lo que vive, más apto será para vivirlo y para transformarlo. Mientras que en el caso contrario, la dificultad de simbolizar puede ir acompañada de una agresividad incontrolable. Cuando carece uno de palabras para pensarse a sí mismo, para expresar su angustia, su coraje, sus esperanzas, no le queda más que el cuerpo para hablar: ya sea el cuerpo que grita con todos sus síntomas, ya sea el enfrentamiento violento de un cuerpo con otro, la traducción en actos violentos.”[2]

No podemos erradicar la violencia con libros, lo sabemos, pero sí podemos contribuir a parte de la solución, las palabras como escudo y herramienta son uno de los beneficios colaterales de la literatura.

Es cierto que la escuela es la gran ocasión, tal cual lo dice Graciela Montes, pero también sabemos que no hay cargos de bibliotecarios y que en el día a día de una escuela de un barrio marginal, agregar a la maestra (que además de su rol en el aula sirve el té y hace de portera), la tarea de gestionar los préstamos, devoluciones, reparaciones y  extravíos de los libros, ciertamente es complicado. Desde nuestros talleres no llegamos a todo el alumnado en la comunidad, pero es nuestro granito de arena.

“Al tomar en cuenta a las marginaciones, a las personas que nuestras sociedades olvidan, la biblioteca que necesitamos es perpetuamente impulsada a moverse, a dejar sus hábitos y sus cuatro paredes para acercarse a todos, sin exclusividad. En el momento en que las cargas administrativas y las máquinas amenazan con marcar el paso de las instituciones públicas de todo el mundo, ella nos recuerdan lo esencial de nuestra tarea de mediadores, dando a la persona un lugar prioritario.”[3]

A través de los libros buscamos estimular el vuelo de la imaginación, el disfrute del texto y de las ilustraciones para que entiendan a la lectura como un oasis, y puedan buscar refugio en un libro sin pensarlo como un objeto de estudio. Procuramos invitarlos al placer de leer, eso requiere no dejarlos solos, no es empujarlos al placer de leer, es acompañarlos, descubrir juntos. Para no sólo apostar a la literatura como herramienta de inclusión sino para ponerle el cuerpo y llevarlo a cabo.

 

[1] Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, Michèle Petit, Fondo de CulturaEconómica, p 43

[2] [2] Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, Michèle Petit, Fondo de CulturaEconómica, p 73,74

[3] Déjenlos leer, Geneviève Patte, Fondo de Cultura Económica, p29

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Analía Juan
Mamá de Mateo, un angelito que la cuida, y de María Celeste y Ana Victoria; gracias a ellas descubrió el camino de la literatura infantil, fue poner un pie y ya no quiso salirse de esa senda. Cree profundamente en el potencial creador de los niños y siente que leerles cuentos y poesías es otra forma de acariciar. Escritora, docente y Coordinadora de Talleres de Literatura para niños y adultos en Jesús María y Colonia Caroya, Córdoba, Argentina. Como Coordinadora de talleres literarios para chicos, ha conseguido que sus alumnos se destaquen, obteniendo en varias oportunidades primeros puestos en concursos nacionales como el destacado Concurso Literario Nacional “¿Quién apaga las estrellas?” del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

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