Mi superhéroe favorito: Telarañas de amor

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Maravillosas memorias de este 2023

Nadie puede creer que el hombre araña tenga tanta vigencia ¿En serio? Es quizás uno de los superhéroes más seguido por los chicos.

-Yo no sé por qué, dicen algunos. La respuesta para mí es obvia, hay hombres arañas hasta en la sopa. La industria cultural infantil dedicada a los varones (porque todo está absolutamente segmentado) puesta al servicio del chico humilde, repartidor de pizza, que un buen día es mordido por una araña en un laboratorio científico y se convierte en un héroe justiciero, anónimo y con poderes sobrenaturales, capaz de ir y venir toda la noche, de un edificio a otro de la gran ciudad de Nueva York, de telaraña en telaraña. Lo que se comercializa no es la figura del repartidos de pizza, lo sé, pero muchos niños y niñas saben quién es el hombre araña.


Spiderman o Spidy para los más pequeños y en versión animada, hombre araña para los hispano parlantes, el mercado y sus consumidores idolatran a este personaje y a tantos otros con súperpoderes que son el sueño de tantos niños y niñas alrededor del mundo, y que por lo general, vienen del Norte.


-¿Qué estás haciendo Leo? Le pregunto a mi hijo de solo dos años mientras lo veo correr una y otra vez, de punta a punta de la casa. -Psh, Psh, Psh, me dice mientras me señala con sus deditos que tiran telarañas.

-Soy el hombre araña de Marvel y voy a atacar a Hulk, a Thor y a Capitán América.
Me provoca una enorme ternura. Enseguida logra enredarme con su carisma de niño travieso, ocurrente y aventurero. Entro en su juego.

Por un momento pienso: por qué Leo no quiere ser como Hijitus, el profesor Neurus, o Larguirucho… pero claro, esa es cosa del pasado que nadie se encargó de reciclar, lamentablemente. Marvel y las grandes compañías y todos sus productos, las jugueterías, los servicios de streaming, sus amigos y todo a su alrededor, le enseñan que ser un superhéroe es lo ideal, que no hay nada mejor que eso.

Dejo de reflexionar y me entrego al placer de ver a mi pequeño interpretando al personaje en cuestión. Con su cuerpito imita las proezas del hombre araña, se sube a una silla, salta, corre, se queda en cuclillas y desde allí tira telarañas hacia arriba, porque parece que va a escalar y lo hace, escala, vuela con su imaginación y de repente lo veo sobre la mesa.
-¡Leo! Bajate de ahí por favor que te vas a matar….
-No mamita, yo soy Spiderman.
-Bajate ya que cuando te caigas voy a tener que salir corriendo al hospital y la vamos a pasar pésimo.
En eso, Liz, mi hija más grande, de 7 años, irrumpe en escena.

-Mamá, respirá por favor, si no nos dejás jugar, ¿qué vamos a hacer? Falta para irnos a la escuela.
-Bueno, pero jueguen tranquilos, le respondí a Liz y cuando me doy vuelta, veo al gato y al perro que nos estaban mirando, sentaditos, en fila, uno casi al lado del otro, como si fueran fieles espectadores de una serie, peli o de una obra de teatro que estaba en pleno desarrollo.

No puede ser, pensé. Y comencé a reir, cada vez más fuerte, mi risa contagió a los chicos y todos nos reímos a carcajadas. Leo, que no abandonaba su papel de superhéroe, reía en tono grave:-¡Jo Jo Jo!

Yo no salía de mi asombro porque me parecía que ya todo era un delirio y no podía parar la algarabía de ese momento. Liz y Leo corrían y emitían risotadas exageradas por aquí y por allá, y en el medio de eso, las carcajadas genuinas se hacían sentir provocando su efecto de éxtasis, esas risotadas que ocurren cuando todo se va graciosamente de control.

En un momento sonó el teléfono y recordé que me iban a llamar para comunicarme el resultado de unos estudios dudosos, por ese motivo había estado melancólica y preocupada durante casi un mes.


-A ver, chicos, ¡paren!, exclamé cuando me percaté que era el número del médico. Y en esas cuatro palabras les transmití a mis hijos tanta seriedad y ansiedad, que pararon de inmediato y se hizo un silencio profundo.

Con el médico hablamos cinco minutos y por la buena noticia brindada, me senté en el sillón y respiré profundo. No había nada serio de qué preocuparse, al menos no por ahora.


-¿Todo bien mami? Me preguntó el pequeño Spidy, dibujando una sonrisa encantadora en su rostro.
-Sí, ¿no ves que mamá tiene buena cara? Le contestó Liz.
Yo me detuve a observarlos detenidamente y a agradecer su existencia tan mágica, como agotadora, en tantas oportunidades.
-¿Y? qué te pasa, yo soy la villana, dijo Liz invitando nuevamente al juego.
-No puedo, hago la comida y los llevo a la escuela, pero les prometo que esta noche me visto de hada madrina y les cumplo sus deseos, improvisé.
Fue ahí cuando en cuestión de un minuto, el sofá se había llenado de cuentos y juegos.
-Bueno mami, listo. Vamos a empezar por todo esto, esta es nuestra noche de cuentos ¿qué te parece?
Asentí con la cabeza y sonreía. No había caso. Yo era la principal presa de esa telaraña de amor inconmensurable que en el fondo no quiere escapar, aunque a veces desee un breve y buen merecido descanso.

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