A Lisboa con mi hija Lucía: entre juegos, naturaleza y pasteles

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La escritura y los viajes siempre son una buena pareja. Escribir sobre ellos nos permiten de tanto en tanto recordar las anécdotas y revivir esos detalles que el tiempo hace que se vayan perdiendo. Para mí, viajar con nuestros hijos hace que le prestemos atención a situaciones de aprendizaje no sólo de ellos, sino nuestras. Son momentos que creemos no se borrarán más, pero luego de un tiempo pueden desdibujarse en la memoria si no los registramos. Nada mejor que escribir para retomar esos recuerdos con la mayor claridad posible, y estar así más cerca de la experiencia única que vivimos.

Los viajes son un poco eso, avivar los sentidos y detenernos en los detalles. El mundo es muy grande para conocerlo todo en profundidad, entonces, sea cual sea nuestro destino, la consiga es conectarnos profundamente con los lugares, las culturas, y los sabores que ese destino tiene para darnos.

Una de las miles de preguntas que aparecieron en mi mente cuando decidí ser mamá, era qué tanto podría viajar con una niña, con mi hija Lucía. Básicamente, trabajo todos los meses viajando por diferentes partes del país. Era una pregunta muy importante para mí, pues implicaba cambios estructurales en la vida cotidiana, un poco más de los que en sí mismos implican que un bebé llegue a nuestras vidas. Además del trabajo, la pregunta también se remitía a los viajes de placer, aquellos que queremos hacer para ir conociendo otros destinos, otros modos de vivir, otros paisajes.

Escribir en esta columna me invita un poco a eso, -y extiendo esta invitación a quienes quieran leerla y compartirla-, recuperar viajes, preguntas y experiencias, viajando.

Viajar juntas, una madre itinerante y una pequeña compañera, no sólo responde a muchas preguntas, sino que en lo personal, me sorprendió reconociéndome valiente para abrir nuevos caminos y experiencias, entre ellas, escribir sobre nuestros viajes.

Hay muchos viajes para contar, somos más inquietas que pudientes, pero nos gusta más hacer los sueños realidad que echarlos a correr dormidas. Por eso, con lo que hay, más o menos cubiertas, salimos a juntar kilómetros por el mundo, y creemos que esto en realidad recién empieza.

En tren a Lisboa

Lisboa, capital de Portugal, es un buen principio para esta serie de historias que iremos compartiendo, no sólo porque es una ciudad maravillosa, sino también porque allí debimos aprender a complementar nuestros tiempos y prioridades. Vamos aprendiendo a viajar con sus 3 años y mis 35.

Llegamos a la ciudad bien temprano, luego de recorrer el tren nocturno que une Madrid con Lisboa. Muy incómodo por cierto, aunque por momentos fue sentirse dentro de una de las historias de Alice Munro. Me refiero a un libro que me pasó hace un tiempo mi mamá. En el cuento, la protagonista estaba con su hija y conoce a alguien en el bar del tren, se miran y se seducen, la tensión entre la mujer y la madre está muy bien planteada. La historia parece sencilla, pero es altamente dramática y compleja desde el mundo interno de su personaje. No pude desprenderme de esa historia a lo largo de la noche en el tren.

Les cuento más del tren, vale la pena. Mientras buscábamos el bar del tren para saborear una rica cerveza para mí y un «cocholatito» para Lucía, recorrimos sus estrechos y bamboleantes pasillos. Observábamos las habitaciones con cuatro camas cuchetas, apretadas, angostas. Me recordaron a esos bungaló triangulares de chapa de los campings populares. Resultaba graciosa la comparación, porque cuando era chica parecían ser el sector «vip», para quienes estábamos vacacionando en carpa, lo cual era un verdadero error de interpretación.

Una vez en el bar, caí en cuenta de que en verdad no sabía mucho de Portugal y era un buen momento para conocer. Me habían sugerido incursionar en los Free tours que hay en todas las ciudades (que son a pie y su contribución es «a voluntad»); otra opción era dejarme orientar por dos hermosos escritores: Saramago, bien leído por mí, y Fernando Pessoa, a quien conocí más en profundidad tras decidir Portugal como destino. Muchos de sus personajes buscaban complementar su propia existencia con algo o alguien, y todos nacieron desde una única mesa de un bar, en pleno centro de la ciudad. Siempre la misma mesa y siempre el mismo bar para escribir y volverse versos y poemas, sin tiempo ni lugar.

 

Cuando estoy viajando, o por viajar, pregunto a quienes ya lo hicieron qué recomiendan, que les pasó en esos lugares que nos puedan contagiar las de ganas de ir; pido que me pasen algunos datos de comidas y recomendaciones de música y puntos de interés. Me gusta más así, mucho más que googlear. Andar preguntando y que me cuenten, tejer el viaje, mientras los otros lo tejen con una, en un acto de afecto. Creo que por eso siempre pregunto, y siempre me tomo el tiempo para contar. Aunque a veces no hagamos caso a algunas advertencias…pero forma parte del viaje también, como me pasó con el tren, tan incómodo, que obligaba a desvelarse.

Además de las butacas rígidas e incómodas, la puerta de ingreso se abría a cada rato. El tren detenía su marcha todo el tiempo, en cada estación, aunque no subiera nadie, por ello prácticamente nunca se apagó la luz en el vagón, impidiéndome dormir. Lucía en mis brazos se acomodaba constantemente.

Todo esto, de alguna manera, ya me lo había enunciado Eduardo, un amigo que me ayudó en Madrid con la agotadora búsqueda de pasajes y ofertas online. Esa noche pensaba y repasaba en su pregunta, cuando elegimos butaca en vez de cama, para ahorrar un poco.

-¿Estas segura no? Tenés que viajar con la pequeña en brazos y es un tren muy viejo, además es un largo trayecto. Así que les recomiendo opten por la cama, seguro la pasarán mejor.

Ya saben, si van en tren, eligen la cama.

Mejor volver al bar del tren, allí el ambiente estaba lindo. Con un chef de Blangadesh, muy jovencito, entablamos una conversación divertida, con más esfuerzo que fluidez. Él trabaja hace algunos años en Lisboa, pero también lo había hecho en Grecia. Nos contaba en un español atravesado con algunos toques de inglés, que planeaba montar su propio restaurante en Valencia, España, un poco más adelante. Charlatán, atento y divertido, aunque se puso un poco nervioso cuando se sumó a la conversación el padre de Lucía, dándose cuenta que no estábamos solas (si ustedes también lo pensaron, lo cierto es que él nos acompañaba en ese momento del trayecto).

El muchacho era tan simpático que rápidamente se acomodó al cuadro e invitó una caña, nosotras dos volvimos al asiento, para ver si podíamos descansar.

 

Lisboa: prepararnos para descubrir

Llegamos por la mañana y nos garantizamos un pequeño desayuno antes de estudiar el mapa y orientar la marcha. El transporte público en otro idioma siempre da un poco de nervios al principio, pero después brinda una adrenalina interesante. Apenas Lucía vió los tranvías, nos hizo saber que quería subirse a uno. Ella va en avión, en tren, le gustan mucho los paseos en barco y un tranvía era una posibilidad más que novedosa que no estaba dispuesta a postergar demasiado.

En cuanto al alojamiento,-voy a hacer un paréntesis aquí- que no es un tema menor, más cuando se viaja con un niño, en vez de hostal u hospedaje, elegimos investigar cómo era eso de alquilar departamentos con una modalidad que por Europa llaman sistemas colaborativos para alojamiento, y que también existe para realizar viajes en autos particulares, compartiendo gastos, todos servicios administrados por una página web y la participación activa de sus usuarios. Algunos ejemplos que sirven son Blablacar,  Airbnb y Trivago.

El departamento que alquilamos estaba en los alrededores de Lisboa, a medio camino del centro y de la zona de Belém, conocida por sus pastelitos. Al entrar al departamento alquilado, Lucía corrió gritando -¡que hermosa casa tenemos ahora má!, y yo, metiendo los bolsos y prendiendo las luces, me encontré con un bonito regalo: un rico vino de Portugal en la mesa, suficiente para sentir la invitación a cocinar esa noche.

 

Paseos inolvidables

En Lisboa las gaviotas nos saludaron desde el principio. Las caminatas por sus calles, los grafitis y las sopas reparadoras hicieron que esos días fuesen tan agotadores y como magníficos. Los parques, los pastelitos de Belém, el gran Oceanario.

Un poco a upa y un poco de la mano, caminamos con Lucía, siempre negociando cuánto tiempo duraba una cosa u otra. De tanto en tanto había lugar para alguna carrerita cuidadosa que aceleraba el paso y acortaba los tiempos entre los destinos que íbamos programando.

Hay actividades que siempre se repetían: improvisar juegos simples,  alivianar el equipaje para salir a la mañana y volver a la noche, después de recorrer la ciudad y admirar sus detalles.

Llevaba algunas anotaciones que fui cumpliendo a rajatabla, aportes de una amiga portuguesa enamorada de su tierra:

-Zona recomendable para visitar es la del Parque de las Naciones, allí está un teleférico que cruza una parte del ríoTajo, pasea por algunos barrios típicos de Lisboa que merecen una visita: Alfama, Bairro Alto y Mouraria.

Tomar un café en “A Brasileira”, haciéndote la foto con Fernando Pessoa es algo imperdible también, todo un circuito y una marca de la ciudad.

En la zona de Belém, distrito ubicado al oeste de Lisboa, pasamos un día completo jugando con flores pequeñas y haciendo un picnic en un bello y multitudinario parque. Además de los pasteles (los originales, todos los demás son copias, aunque algunas muy buenas) -no se asusten de la cola para comprar, anda bastante rápido-, recorrimos la Torre de Belém y el Padrão dos Descobrimentos, aunque sea para ver de paso, siempre merece la pena.

 

Para comer no tengo ningún sitio en particular que sugerir, solo un consejo básico: evitar las zonas más turísticas para ahorrar un poco en los costos. En todos lados podrán probar las más ricas sopas, la verdad son verdaderamente deliciosas. Susana, otra amiga, ya me había dicho eso algunos días antes en Madrid, mientras planeaba el viaje:

-En todos los restaurantes tendréis la sopa del día, es nuestro primer plato;
Luego, Bitoque, nuestro plato combinado más clásico, con un filete, un huevo frito, patatas fritas, arroz blanco y ensalada ¡Todo a la vez en el mismo plato!

Yo pensaba en las sopas de Venezuela ¡pleno Caribe! y en los platos combinados y picantes de la comida andina, (boliviana y peruana) de los mercados de sus ciudades.

La recomendación más insistente, y por la que no tuvimos problemas en esperar, como ya les conté, fue probar la pastelería portuguesa.

En las calles principales de Lisboa verás mucha oferta, escaparates llenos de cosas muy calóricas, pero que tienes que probar, lo difícil va a ser elegir. Pastel de nata, Bola de Berlim, Pão de Deus, Tarte de Amêndoa… los pasteles salados no están nada mal: pastéis de bacalhau, croquetes (solo carne, no llevan bechamel); y rissóis (hay de carne, de pescado y de gambas, son como una empanadilla que luego se fríe).

Daría la impresión que estos no son viajes para hacer con niños, erróneamente se programan otros destinos y otros tiempos de paseos para hacer en familia. Sin embargo, a nosotras nos pareció encantador recorrer los castillos, mirar los paisajes, descubrir las comidas de Portugal. La clave fue negociar, de tanto en tanto, los tiempos para jugar, para recorrer, para descansar. Improvisar siestas, contar cuentos y sacar las fotos.

También a lo largo de todo el viaje hubo que guardar la cámara para simplemente mirar con los ojos, escuchar cada una de las bandas de música callejera sentadas o bailando desprolijo, y controlar las ganas de ambas de querer comprar todo lo que veíamos a nuestro paso, porque no se puede cargar tanto, y porque se viaja para conocer y elegir en cada acto y en cada ciudad.

 

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