“Mi apatía social me desconcierta”: Justina Esperanza necesita de tu opinión

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Hace mucho que no escribo en redes sociales o en mi blog porque durante la cuarentena, o más bien, los más de 80 días que estuve adentro de casa teniendo escaso contacto con el mundo exterior, reinó en mí una sensación extraña de desasosiego respecto al futuro inmediato,  a las formas de volver a interactuar con el mundo.

Es cierto que en algún momento sentí deseos intensos de ir  a la casa de mis padres, que queda a cientos de kilómetros de la mía a darles un abrazo, tomar unos mates y hablar de lo que fuera, sin importar el contenido. Pero después se apoderó de mí una apatía inmensa. Conforme fueron transcurriendo los días,  me concentré más y más en mi trabajo, que por suerte se incrementó en el confinamiento.

Me dedico a escribir mensajes que a las personas les cuesta expresar mediante sus propias palabras a otros u otras, parece que la gente encerrada necesita comunicarse más y decir aquello que hacía tiempo no decía o no se animaba a manifestar. Allí estuve yo para cubrir esa ausencia y llenarla de palabras pensadas para un fin, tendiendo puentes que trajeron efectos inesperados, muchos de ellos, positivos.

Eso hago yo, Justina Esperanza, todos los días de mi vida. Soy una especie de mediadora de relaciones con diversos propósitos. Con quien me contrata pensamos estrategias, formas de decir para llegar a otro y lograr un objetivo. Yo ejecuto a través de las palabras, enhebrándolas para tejer un entramado con múltiples sentidos. Siempre la respuesta del otro es algo nuevo por descubrir, por desentrañar, dado que no todos los significados son develados explícitamente, claro está. Hay que saber leer entre líneas.

Entonces fue así como transcurrí la cuarentena, entre cartas de amor, de perdón, peticiones, posteos provocativos, expresiones de deseo, solicitudes de comunicación o acuerdos entre partes, entre familias, entre tíos u sobrinos, primos, abuelos y nietos, madres, padres e hijos, amigos, examigos, compañeros, excompañeros y  otros tantos vínculos más.

Pero lo que empezó a preocuparme, hasta darme una señal de alerta, fue mi apatía social. Muy contradictorio en mi persona, ya que siempre estoy conectando con los pensamientos y sentimientos de otros para poder expresarlos de la mejor manera. Pero así sucede…¿Será entonces un mal que me aqueja solo a mí?, ¿me volví acaso indiferente a la realidad tangible y a los vínculos reales, humanos, por falta de contacto cara a cara, piel a piel, con otros?

¿Qué me está pasando?, ¿les pasa también a otros en la comodidad de sus hogares?, ¿qué nos están haciendo? ¿Es tal vez el Covid-19 la excusa perfecta para separarnos, desvincularnos más, alimentar un proceso de deshumanización que comenzó hace ya muchísimos años?

No estoy diciendo que el coronavirus sea un invento y que no exista, o que no haya sido necesario el aislamiento, me refiero a la excusa, a la forma que hoy vivimos y a lo perfectamente funcional al sistema que me parece todo esto. Las circunstancias favorecen a quienes necesitan vernos separados, solos, confinados y desconfiando de todo el mundo, hasta de nuestra propia sombra. Así es más fácil reinar con diferentes propósitos. Así es más difícil para nosotros encontrar la libertad, cuando esta en realidad existe en relación a otros, a nuestra vida en sociedad, encontrando un punto justo entre las reglas sociales y el accionar de cada uno.

¡Ay Justina Esperanza!, -me digo a mí misma-, no estás haciéndole honor a tu apellido, digno de un personaje de novela ¿Dónde quedó tu optimismo?, ¿tu interés genuino por los otros? No me digas que también te atrapó la avasallante virtualidad y las personas solo te importan en tanto sean instrumentos para tus fines de supervivencia.

Y me pregunto muchas más cosas aún: Hoy se habla más que nunca de empatía, de sentirla y tenerla por los otros, casi como un imperativo de la época. Estoy de acuerdo con eso, pero cómo acercarnos a un sentimiento de compasión tan fuerte si el contacto con el otro ha sido nulo por tanto tiempo, y aún ahora lo sigue siendo… Nos habían dicho que nos volveríamos mejores, productos del anhelo de volver a tocarnos, de sentir la proximidad entre los cuerpos, pero hace poco participé de la primera reunión con familiares que se permitió en el lugar donde vivo y todos estaban más distantes, a todos nos costaba compartir un poco… fue para mí otra señal de alerta.

¡Que alguien me diga que estoy equivocada! Que ya se pasarán estas sensaciones tan ruines, estos pensamientos que me invaden hoy. Después de todo soy Justina Esperanza y quiero seguir teniendo fe en nosotros, en la humanidad, a pesar de las circunstancias.

1 COMENTARIO

  1. No se puede generalizar, en mi caso no tuve la necesidad de salir corriendo a hablar con alguien en la cuarentena, pero creo que el confinamiento, la distancia física nos aleja socialmente.La distancia y el tiempo juegan un papel hacia el olvido, nos enfrían y muchas veces pueden romper el entramado social que cuándo estamos juntes es casi imposible que suceda. Tal es así que apenas nos podemos ver el abrazo resulta ser necesario y cara a cara las charlas son de horas

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