Taller de literatura para chicos: un método para combatir la hoja en blanco

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Si en una coctelera introducimos un puñado de niños y una dosis de libros, al agitar seguramente se escaparán burbujas y la espuma rebalsará la tapa, es que la imaginación cuando es estimulada por un disparador, no tiene límites.

Pululan personajes que viven aventuras escalofriantes o transitan por situaciones tragicómicas para morir de risa. Pero hay un freno a esa invención de historias fantásticas, el freno lo pone la hoja en blanco. Un cuento volador cae en picada al momento de escribirlo.

Los chicos son especialistas en el vuelo y la mayoría no quiere aterrizar en el papel. Es maravilloso simplemente imaginar, crear cuentos en el aire, pero algunas veces noto que les gustaría llevarse a sus casas esa gran historia que imaginaron para compartirla con su abuela o su papá y no les queda más que apelar a la memoria que, como siempre, juega sus malas pasadas con detalles que casualmente eran muy importantes en el desarrollo de la historia. En ese punto comienza mi búsqueda por fuera de los cánones tradicionales de la escuela para tratar de recolectar las burbujas antes de que se me pierdan flotando.

 

 

Algunas veces, en el taller que comparto con los chicos, en medio del bailoteo de personajes inventados, les digo “ahora vamos a crear una historia para escribir”. Al poco rato todos tienen algo en mente, un enredo híper breve que puede finiquitarse en dos párrafos. Cuando hacemos la puesta en común de las ideas previas ninguno se sorprende por lo original de un personaje ni queda en ascuas esperando la resolución final de un conflicto.

Después, cuando les comento que cambié de opinión y que va a ser mejor que no escribamos esas historias, nadie protesta, más bien sienten alivio. Eso sí, les aclaro, vamos a inyectarles una buena dosis de imaginación para que se transformen en un cuento… ¡de los buenos!

Ahí sí, el conejo pompón destinado a vivir en dos párrafos que sólo comía zanahorias y suspiraba de amor por una conejita blanca que también gustaba de las zanahorias y aguardaba la declaración del galán, para cerrar con el “vivieron felices para siempre”, comienza a vivir en muchos más párrafos. Pues ese mismo conejo pasa a tener una guarida secreta  y por las noches monta en su motocicleta tan veloz como un rayo y es capaz de accionar no se cuántos botones secretos para cumplir con misiones ultra difíciles, ya sea en un cementerio abandonado o en mismísimo Amazonas. Y la tierna conejita resulta que es científica en un laboratorio oculto en lo profundo de su madriguera, donde experimenta con pociones de invisibilidad y otras invenciones por el estilo.

Frente a esa catarata de creatividad, me planteaba cómo hacer para rescatar esos cuentos fantásticos y que no queden sólo en la instancia oral. Con algunas dudas implementé un método que hasta ahora dio resultado positivo. Decidí tomar momentáneamente el rol de secretaria y mientras los chicos me dictan, voy escribiendo la historia, a la vez que les sugiero cambiar alguna palabra repetida o modificar una expresión.

Obviamente hay otros niños que requieren atención y se me hace imposible culminar el cuento completo, debo abandonar la lapicera de asistente por lo que les pido que continúen escribiendo hasta que yo pueda retomar la colaboración. Los chicos ya están tan embalados con el cuento que ni lo piensan, siguen escribiendo y a lo sumo me preguntan cómo se escribe tal o cual palabra, incluso algunos continúan la escritura en la casa.

Algunas veces he meditado qué opinará la pedagogía de este método. Para ser sincera, me da temor empantanarme en las teorías del se puede y no se puede, el proceso de escritura se desarrolla así o asá.

En la misma vereda de la lectura y la escritura por placer, decido situarme en el mismo rol del adulto que le enseña a andar en bicicleta a su niño y va corriendo a la par, sosteniéndolo del manubrio o de la parrillita hasta que toma envión y se anima a pedalear solo. Y pienso, si a mí misma me cuesta arrancar frente a la hoja en blanco, cómo puedo pretender que le resulte tan sencillo a un niño escribir un cuento.

Una cosa es imaginar y otra escribir, entonces decido aprovechar las ventajas que me ofrece el hecho de coordinar un taller de literatura para chicos por fuera del ámbito escolar, agito la coctelera y trato de ayudarlos a que esa espuma que bulle no se les escape de la hoja. Acompañarnos mutuamente en los desafíos nos ayuda a crecer.

Acompañándonos, una gran manera de iniciar esta nueva etapa de crecimiento de Qué hacemos má?!

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Analía Juan
Mamá de Mateo, un angelito que la cuida, y de María Celeste y Ana Victoria; gracias a ellas descubrió el camino de la literatura infantil, fue poner un pie y ya no quiso salirse de esa senda. Cree profundamente en el potencial creador de los niños y siente que leerles cuentos y poesías es otra forma de acariciar. Escritora, docente y Coordinadora de Talleres de Literatura para niños y adultos en Jesús María y Colonia Caroya, Córdoba, Argentina. Como Coordinadora de talleres literarios para chicos, ha conseguido que sus alumnos se destaquen, obteniendo en varias oportunidades primeros puestos en concursos nacionales como el destacado Concurso Literario Nacional “¿Quién apaga las estrellas?” del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

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