¿Libros con pies? una delicia para compartir en familia

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Una de las nenas inició el tema preguntándome:

-¿Vos tenés muchos libros?

-Más o menos, pero no tantos como me gustaría. De lo que sí estoy segura es que el libro que más quiero es mi libro con pies.

-¿Libro con pies?

-Sí. ¡No me digan que no conocen los libros con pies!

Todos hicieron cara de pececito fuera del agua.

-El problema es que mi libro con pies no se queda quieto en el estante de la biblioteca y a veces no lo veo por mucho tiempo. Encima como es amigo de otros libros de vez en cuando se va de paseo o anda muy ocupado con sus quehaceres de libro.

-¿Hace mucho que lo tenés?

-Ufff… desde que nací. Todos tenemos algún libro con pies. El mío está bastante viejo, la verdad.

-Yo no he visto ningún libro con pies en mi casa, igual, como todavía no sé leer…

-¡Ah! Es que justamente el libro con pies no se lee, se escucha. Las historias que a mi más me gustan son las del tiempo de antes, cuando me cuenta sobre paisajes del campo o de cuando eran chicos y hacían animales con los huesitos del rabo y los pintaban machacando pétalos de flores. O cuando cocinaban a escondidas haciendo fuego en el patio, utilizando latitas de conserva y algunos ingredientes que sacaban de la casa sin que la mamá se diera cuenta. O cuando se encontraron con unos burros salvajes en la barranca del río. O cuando un caballo se comió un jabón y una toalla. Tiene tantas, tantas historias mi libro con pies.

Y casi siempre aprendo palabras nuevas porque antes algunas cosas no se decían igual que ahora.

El tema es que los libros con pies no son eternos, algún día cierran sus tapas. Por eso tenemos que aprovechar para escuchar todas las historias que tiene guardadas.

Seguramente ustedes al igual que los chicos en ese momento, también habrán descifrado que los libros sin pies no son otra cosa que los abuelos. Ya sean familiares consanguíneos o de cariño, todos tenemos contadores de historias que nos rodean.

Esta es otra sencilla manera de acceder a los cuentos, a través de la palabra, de la mirada, de los gestos.

Los niños pueden transportarse con la imaginación, crear paisajes en su mente, comparar, aprender sobre su propia historia, desarrollar la escucha, movilizar emociones y a diferencia de los libros en formato de papel tienen la ventaja de que ofrecen la posibilidad de hacerles preguntas estimulando la curiosidad.

La conexión con los abuelos por medio de la palabra deja impresas páginas en la memoria afectiva y actitudes que se replicarán en el futuro.

Algún día todos seremos libros con pies y debemos comenzar a atesorar palabras para que las historias que contemos quieran ser escuchadas una y otra vez.

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Analía Juan
Mamá de Mateo, un angelito que la cuida, y de María Celeste y Ana Victoria; gracias a ellas descubrió el camino de la literatura infantil, fue poner un pie y ya no quiso salirse de esa senda. Cree profundamente en el potencial creador de los niños y siente que leerles cuentos y poesías es otra forma de acariciar. Escritora, docente y Coordinadora de Talleres de Literatura para niños y adultos en Jesús María y Colonia Caroya, Córdoba, Argentina. Como Coordinadora de talleres literarios para chicos, ha conseguido que sus alumnos se destaquen, obteniendo en varias oportunidades primeros puestos en concursos nacionales como el destacado Concurso Literario Nacional “¿Quién apaga las estrellas?” del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

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