Tiempo de lectura: qué hacemos los adultos para que nuestros chicos lean

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En muchas oportunidades he participado de charlas y encuentros con padres y maestros para generar motivaciones lectoras. Curiosamente nunca encontré a alguien que hiciera un comentario negativo sobre el hábito de leer.

Sin embargo, aunque todos estemos de acuerdo en las múltiples propiedades nutritivas que tiene este alimento tan particular, cuesta muchísimo acercar los libros a las personas. Leyendo notas periodísticas de varias décadas atrás, encuentro tres excusas que hacen las veces de barrera de peaje:

No tengo tiempo:

Antaño porque había que lavar a mano y planchar hasta las bombachas.

Ahora porque entre otras cosas hacer de remisero de los hijos es un verdadero trajín.

Antaño, porque trabajo y llego muerto a la noche.

Ahora, porque trabajo, llego muerto a la noche y es el único espacio que me queda para revisar el celular.

Los libros son caros:

Antaño y ahora, mal de todos los tiempos.

Leo todo el tiempo, no me hacen falta libros:

Antes, el diario, material de trabajo. Ahora, información digital, material de trabajo.

El gran problema de esta situación es que si somos padres o docentes tenemos una gran responsabilidad en la formación de nuestros niños. Acercarlos a la lectura no es sólo proporcionarles el combo ortografía + vocabulario + expresión oral.

No leerles a los niños es dejar un vacío en la exploración de la imaginación y perder una gran oportunidad para procesar temores, curiosidades, deseos. ¿Acaso no nos damos cuenta que el cuento del monstruo verdoso nos está dando la chance de hablar sobre los miedos? ¿O que la tortuga que dejan de lado por lenta, nos guiña un ojo para que conversemos sobre lo pasa en los recreos? Hay brujas juzgadas por su apariencia, chicos que se mudan, pícaros, bandidos y en los bosques también se cometen injusticias. Hay cuentos que nos hacen reír, poesías que nos acarician, historias que nos dejan pensando, ilustraciones que disparan preguntas. Valioso, ¿verdad?

El tema es que los libros no transmiten por ósmosis, necesitan del lector para cerrar el círculo.

Las obras literarias nos ayudan a conocer el mundo. Y esto de conocer el  mundo no es un programa de turismo mental. Se trata de la realidades en las que vivimos o viven otros, se trata de meterse por los caminos incómodos de las verdades que no se muestran en la chatarra televisiva, se trata de descubrir, de aprender a ponerse en lugar de otro, de cuestionar lo que dice el cuento o lo que me contaron. Estos niños que quisiéramos tener arrulladitos, indefectiblemente crecerán, y deseamos que sean adultos pensantes, pues el camino comienza en nosotros, adultos, que debemos ayudarlos a dar los pasos.

La escuela tiene una gran oportunidad, sigue siendo la que puede mostrar estos mundos posibles, los chicos pasan mucho tiempo allí ¡cómo no aprovecharlo! Aunque la realidad me demuestra que la posibilidad de degustar la gran variedad de platillos que ofrece la literatura infantil queda librada al camino lector del docente que les toque en suerte. Así como me ha tocado emocionarme en algunos colegios por el compromiso que asumen para generar cambios positivos con respecto a los hábitos de lectura, también he puesto a prueba la paciencia frente a maestros que insisten en leerles a los chicos los mismos cuentos de dos generaciones anteriores y me dicen que les gustaría leer pero que no tienen tiempo. Lo que no es irracional pero me parece incompatible con la profesión que han elegido.

Además hay que hacer vivir las bibliotecas escolares, prestar, llevar, traer, cuidar.

Todos somos concientes de que el precio de los libros no es muy inclusivo que digamos. Recientemente estuve en la Feria del Libro de Buenos Aires, y sinceramente me enoja saber que una familia precisa por lo menos mil pesos para comprar una novela, más un par de libros de calidad para los niños. Laura Devetach en su libro «La construcción del camino lector» dice: “Para que los chicos y los adultos lean, es necesario el libre acceso a los libros…” y remarca la necesidad de “crear espacios de lectura para ampliar el mundo, descubrir y aceptar múltiples formas de decir las cosas, conocer más de nosotros mismos al tener un diálogo diferente con la cultura escrita, aprender a no quedarnos en la cáscara de la realidad”.

Nuestra realidad nos dice que tenemos que acudir a las bibliotecas y debemos aprovecharlas, dado que si en algún momento los libros fueran más accesibles para todos, comprándolos, tampoco podríamos disponer de la variedad que nos ofrecen las bibliotecas, con sólo una mínima cuota de socio.

Además, leerle a un niño es otra forma de acariciar.

Para cerrar, les dejo otro fragmento de la gran Laura Devetach:

«Lo que hacen la literatura y el arte es proponer universos complejos, muy ricos a los cuales se accede no sólo por la vía racional, sino que también se hace a través del camino lector que se va construyendo. Gracias a los cuentos, poemas, diversas obras literarias a las que vamos accediendo en nuestra vida, nos posicionamos de una manera distinta en el mundo. Se necesitan adultos lectores que transmitan una actitud vital, un gusto por la lectura, para tener chicos lectores».

 

Fuente: La memoria y el sol

 

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Analía Juan
Mamá de Mateo, un angelito que la cuida, y de María Celeste y Ana Victoria; gracias a ellas descubrió el camino de la literatura infantil, fue poner un pie y ya no quiso salirse de esa senda. Cree profundamente en el potencial creador de los niños y siente que leerles cuentos y poesías es otra forma de acariciar. Escritora, docente y Coordinadora de Talleres de Literatura para niños y adultos en Jesús María y Colonia Caroya, Córdoba, Argentina. Como Coordinadora de talleres literarios para chicos, ha conseguido que sus alumnos se destaquen, obteniendo en varias oportunidades primeros puestos en concursos nacionales como el destacado Concurso Literario Nacional “¿Quién apaga las estrellas?” del Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

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